La reforma debe ser tan profunda como inevitable

El gasto sanitario público y total de España, medido como porcentaje del PIB o per cápita, es ligeramente superior a la media de los países de la OCDE. Más o menos como Italia, Australia o Finlandia. Galicia, algo por debajo de la media española, se sitúa, no obstante, en ese nivel medio compartido en Europa en que las desviaciones no repercuten en la esperanza de vida o en años potenciales de vida perdidos.

En cuanto a médicos por habitantes, Galicia está un poco por debajo de la media entre comunidades, aunque algo por encima de los países escandinavos o el Reino Unido, si se considera el total, o a la par si hablamos de atención primaria. Estos son los datos, y no parecen preocupantes. Pero tienen sus limitaciones, y dicen poco o nada del valor creado -o no- al paciente, la carga asistencial, las condiciones de trabajo, del apoyo de las familias a la dependencia -porque no queda más remedio-, de la angustia del que espera una prueba o de la carga de enfermedad que se podría haber evitado.

Por eso las explosiones de descontento, aunque en apariencia subjetivas y emocionales, reflejan una realidad objetiva, un problema serio que no se puede minimizar. La sobrecarga asistencial en atención primaria resta dignidad al acto médico y le da un carácter de trámite administrativo apresurado. Y la precariedad laboral impacta de lleno en la dignidad del profesional.

Es imposible que la calidad no se resienta. Cuando estas cosas pasan en España, y pasan demasiadas veces, se pone un parche en el foco del conflicto y se gana algo de tiempo.

La sanidad es un entramado complejo y muy interdependiente. Un problema que estalla en atención primaria lo es de todo el sistema y la solución solo puede ser global. Tiene sentido hablar de primaria y especializada como niveles distintos, pero no como compartimentos estancos.

Ha de haber una comunicación fluida y una redefinición de roles apoyada en las nuevas tecnologías. Hasta los pacientes pueden hoy jugar un papel activo. Hace unas semanas, un informe publicado por la Comisión Europea y la OCDE alertaba de que una quinta parte del gasto en salud es innecesario y se le puede y debe dar un mejor uso social. ¿Puede arreglarse esto sin visión de conjunto? La reforma en profundidad de la sanidad se ha venido postergando desde hace décadas porque es difícil y políticamente arriesgada. Pero es inevitable hacerla. Más pronto que tarde las consecuencias de la inacción serán insoportables para todos.